Pruebo a hacer cosas importantes a ver si me distraigo. Pruebo a hacer pavadas como trabajar o limpiar, pero poco. Pruebo a no hacer nada a ver si lo sufro todo junto y ya está. Pruebo a ir llorando de a cuotitas. Pruebo a dejarme caer en grandes ataques de llanto de esos que pensás que no van a terminar nunca más. Pruebo pensar que esto es lo mejor, lo más sano, lo más seguro, lo que yo sabía que quería. Pruebo pensar que esto no pasó en realidad. Pruebo pensar que es una etapa y que después de un tiempo X, o un par de eventos Y, va a pasar lo impasable y se va a poder volver atrás. Pruebo a acordarme de todo, a ver si encuentro algo en los detalles que me ayude a fabricar un lindo cierre, o a verlo todo como algo horrible, a ver si así es más fácil de cerrar.

Pruebo a preguntarle directamente cómo y por qué fue que fue y de un segundo para el otro, borró todo, me borró toda, me borró del todo. Pruebo a hablarle de cosas importantísimas que no me importan en lo más mínimo «como si nada». Pruebo a explicarle que para esta relación yo hubiera preferido un tiro en la frente, preferentemente luego de la lectura de la sentencia y que definitivamente hubiera pedido un último cigarrillo y no este secuestro y desaparición forzada, que un buen día zas! y no sabés qué pasó y después lo intuís y cuanto más va pasando el tiempo más lo sabés pero no te consta. Pruebo a recordar que si hay algo que conozco, son estas cosas. Que ya sé lo que va a pasar. Que de a poco voy a dejar de querer querer, que de a poco me voy a ir del todo. Que cuando me descuide, me voy a acordar de que no es la primera, ni la segunda, ni la quinta. Y de golpe me acuerdo que es la última.

Y no puedo evitar recordar de qué manera más imbécil, más barata, mas jodida entré al maravilloso mundo de las relaciones con hombres. Ni puedo evitar pensar cómo la salida es más o menos por la misma puerta.

La cantidad de mentiras, trampas, abusos, engaños, celos, maltratos y cosificaciones. Desde el día 1. Desde el tipo 1. Puedo hacer una lista. Tengo una lista. No la hice yo la lista. La hicieron ellos. Como los libros que ponen en los velorios. No lo firma el muerto, lo firman los demás.

El primero no quería que nadie supiera lo que me había «enseñado» cuando tenía 12 años. Así que en lugar de firmar le comentó a unos que estaban ahí «qué loca que estaba esa mina». Subido a ese carro, enseguida fue uno y puso «vení, putita». Otro puso «tan chiquita, dónde aprendiste todo eso?». Uno tachó donde yo había puesto «Te quiero» y puso «Ojalá un día te pueda decir lo mismo». Uno rayó toda la hoja y puso «PUTA» y después le pegó una piña a un árbol y se limpió la sangre de la mano con la hoja . Uno puso de un lado «no sé por qué tenés esa cosa lésbica-tanguera, sos brava» y del otro lado «nunca había visto a nadie como vos, cuando mirás así es como estar mirando a Dios, al mundo, a la Verdad». Uno agarró el cuaderno y le puso fotos y videos míos que había sacado en la intimidad. Cuando tuvo que firmar, puso «para mi sobrina» (yo no era su sobrina) y no firmó nada, pero copió un poema que me había escrito a mí y a dos mujeres más. Se fue antes de que lo viera otro que había ahí y que sabía que ese era el que me había subido a su auto a patadas en la puerta del liceo. Uno no firmó porque me había escrito un cuaderno entero, la mitad del cual tenía elogios y poemas y la otra mitad insultos. Dejó el cuaderno ahí, de tapas negras y con un triángulo tallado en la tapa. En lugar de firmar, dibujó el triángulo y puso «5» porque para él yo era el Quinto Elemento, algo así como una máquina de querer. Hubo uno que no fue porque me había dejado embarazada cuando era menor y capaz no se quiso hacer cargo porque capaz no obtenía algún cargo. En realidad más de uno no fue porque no se acordaba de mí. Hubo alguno que fue y se encontró con alguno que conocía y se fueron a tomar una, sin firmar nada. Otros se hicieron amigos en el momento, mientras comparaban datos y recuerdos y chistecitos. El mejor chiste lo hizo uno que dijo que tenía cáncer pero no tenía nada. Pasó por ahí y tocó Junk de Mc. Cartney y después se fue.

Fue uno que llevó la libreta de casamiento que rompí a la semana de casarnos, la quiso dejar al lado del cuaderno pero no encontró la sala. La dejó en otro lado. Uno puso «cada vez que te veo se me para, pero yo soy un tipo fiel y ahora estoy con alguien más». Apenas se fue ese, vino otro y puso «te juro que el resto del mundo me chupa un huevo hoy, y cuando digo «te juro» y cuando digo «el resto del mundo», el sentido es literal. No me importa si vos no quisieras que eso sea así. Sos la persona más increíble que he conocido en muchísimo tiempo». Después puso una cita de borges. Después desapareció. En total estuvo diez minutos. Pasó uno y dijo que ese cuaderno estaba lleno de cosas horribles y que lo que tendría que haber ahí eran citas bíblicas. Cortó y pegó esa de la mujer virtuosa, y una que decía que el amor era fuerte como la muerte.

Cuando se fueron todos, quedó uno que estaba ahí hacía rato, hacía años. Se acercó, leyó todo el libro, revisó en la mochila, sacó una pilot, y puso «yo te banco LO QUE SEA», «lo único que me importa es que no me dejes de querer». Después guardó la pilot, lo pensó mejor, dejó en la mesita una caja de cigarros junto con el cuaderno, y se fue. No quedaba nadie más, así que el librito quedó ahí. Nadie le puso una cinta. Nadie lo envolvió. No se lo llevó nadie.